Pues si Antuan, Tres Olivas me trae muchos recuerdos. Recuerdos de cuerpo cortado y de cuerpo agotado. Yo tenía unos tíos que no tenían hijos y me iba a su casa a dormir de vez en cuando, pero también de vez en cuando, me levantaban a horas intempestivas de la madrugada, mi tía me lavaba casi estrictamente los ojos con aquella agua helada, mi tío me echaba abundante agua en el pelo y me repeinaba hasta que el pelo se quedaba perfectamente aplastado y surcado por las puas del peine, en invierno o verano, siempre con aquellos pantalones cortos, y eso si tu/s jersey/s, tu abrigo y tu bufanda, de la que te daban dos o tres vueltas alrededor de la cara y boca. Salías a la calle, con ese bofetón de frío, en invierno logicamente, y echando baho a través de la bufanda y te dirigías hacia el tranvía que estaba la estación a unos 100 m de su casa en su misma calle. Subías al tranvía de Úbeda y cerrabas la puerta para intentar evitar el frío gélido que hacía. No había agua caliente ni calefacción en las casas, pero el tranvía tampoco tenía calefacción alguna.
Te sentabas en aquellos asientos de madera y te ponías a jugar echando el bacho en el cristal empañándolo y dibujando figuritas, hasta que arrancaba y viaje hasta Tres Olivas, unas veces te apeabas y comenzabas a andar entonces sabía que íbamos a la Huerta, y otras subías a la estación superior y tomabas el otro tren.
Los cuatro kilómetros de camino hasta la huerta estaban alfombrados por la escarcha de la mañana, que asemejaba a nevada en las laderas. Poco a poco, las laderas de la parte norte comenzaban a verdear, permaneciendo blancas las laderas que daban al sur. Luego todo el día andorreando por la huerta y ya de noche regreso otra vez a Tres Olivas. Viaje inverso. Ya reventado de haber pasado todo un día jugando por el campo. En invierno tirando piedras a las albercas y al arroyo helados y rompiendo el hielo, cogiendo membrillos, caquis, soltando los perros a las gallinas, subiéndome a las higueras con aquellos troncos tan grandes y horizontales, etc. En verano, buena parte del día era bañándose en esas albercas que se llenaban dos veces al día en una fuente de ancho caño, buscando nidos entre los árboles, subiéndome también a las higueras, ya con hojas y con frutos, jugando con el trillo o trillando los garbanzos, el trigo, etc. Ascendiendo a la cámara a buscar pichones. Y, ya de regreso, los tres, mis tíos y yo, los cuatro kilómetros de vuelta cargados con alguna/s talega/s de cosas de la huerta. Esperar el tranvía de Úbeda, primero llegaba a la estación superior el de Baeza, y al poco el de Úbeda. Regreso a la estación (de Baeza) y caer en la cama, con aquellas piernas cortadas por el frío y con alguna costra de lo que había pillado durante el día/s (entonces nuestras madres sólo nos lavaban en un barreño con agua caliente que ponían en la cocina los domingos por la mañana para mandarnos a misa). Aquella noche, y en realidad, siempre dormíamos como angelitos, pero sólo eramos angelitos mientras dormíamos.
Cuando subíamos a Ibros era diferente. También hacía este viaje varias veces al año con mis padres, pero era siempre por algún motivo lúdico o festivo (sus fiestas, corrida de toros, celebración familiar, etc.) y era a casa de otro tío de mi padre. Aquí, también tenía su aliciente (la Huerta lo Alto, que dejó de ser huerta cuando se seco la fuente), las bestias, el corral, las gallinas, algún que otro marrano, las idas a la panadería a hacer dulces, etc.
Claro que si me trae recuerdos.
Un saludo, Estanislao.